
Palma, martes 11 de marzo de 2025
La otra estrella del festival gustó porque tenía que gustar
IV Festival Paco de Lucía
Yerai Cortés: «Guitarra coral». Con Macarena Campos, Salomé Ramírez, Fátima Carave, Elena Ollero, Nerea Pérez y Paula Moreno.
Por Víctor M. Conejo
José Luis Luna (ver galería)
Tras la preinauguración del Festival Paco de Lucía con Estrella Morente le llegó el turno a la otra luminaria del cartel, el guitarrista Yerai Cortés, a quien el documental dirigido y coproducido por C. Tangana no ha hecho más que sumar dimensión mediática abundante y montonera de entradas merecidamente vendidas a sus formidables capacidades artísticas.
Tres cuartos largos de platea. Casi-abarrote de un público que cada semana en esta isla llena y demanda y da enorme dimensión y mercado al flamenco. O no. El aforo oficial del Trui Teatre es de 1.327 butacas, lo cual significa más de mil entradas vendidas. Esa asistencia, en Mallorca, significa una barbaridad, un triunfo absoluto. Y sucede que, dentro de la inmensa e inabarcable oferta musical de la isla, la de flamenco es posiblemente la menos abundante. Digo yo que algo significará que el muchacho haya rozado el todo vendido de esa manera bárbara.
Arranca el espectáculo entrando tacones a oscuras ya rítmicos. Inicio a capela y palmas y un trolebús de seis voces femeninas, con el tocaor acompañando en escena. Tras la primera interpretación, remate con foco único, lateral, trasero y superior, iluminando dramáticamente. Para la segunda aguantaron la puesta en escena, ya no para la tercera y siguientes. En otros momentos, luces casi estroboscópicas o contraluces potentes y humeantes. En otro, el tocaor de espaldas y siete sombras enormes en el fondo. Esa fue una de las satisfacciones que dio el concierto: escenografía e impacto solventes y con diana.
Porque eso fue el concierto de Yerai Cortés: flamenco puro. Ortodoxo y canónico desde melodías hasta falsetas, vieja escuela revisitada lo justo y mínimo y necesario. Lejos de heterodoxias con las que ha salpicado muy interesantemente su carrera hasta el momento. Vino formal hasta en el traje, más El Corte Inglés que Colors.
Le sacó petróleo a un guitarra, seis coristas y dos focos. A una silla, dos banquetas y nada más. Las cosas como son y es un aciertísimo: había que hacer digerible un recital de guitarra jonda. Que no es que sea una propuesta arisca ni mucho menos, pero sí hiperexigente para el público-tipo actual, el que no va más allá del scroll parriba, scroll pabajo. Notoriamente neófito en el flamenco puro, como evidenciaba la guerra de aplausos tras cada uno de los arreones, como funcionan los recitales con casi todas las entradas y voluntades de venta anticipada.
Porque eso fue el concierto de Yerai Cortés: flamenco puro. Ortodoxo y canónico desde melodías hasta falsetas, vieja escuela revisitada lo justo y mínimo y necesario. Lejos de heterodoxias con las que ha salpicado muy interesantemente su carrera hasta el momento. Vino formal hasta en el traje, más El Corte Inglés que Colors.
El callo joven de sus dedos tiene virtudes y hasta genialidades, apuntando no solo maneras sino excelencia. Indiscutible porque hablamos de alguien que ha tocado habitualmente en templos como Las Carboneras, Casa Patas o el Corral de la Morería, y ha creado junto a relumbrones como La Negra, La Tana, Richard Bona, Manuel Liñán, Chuchito Valdés, Javier Colina o la bailaora Rocío Molina. Además, como se ve y olé, mucho olé, con variedad y hasta heterodoxia.
Si Eminem hiciera un documental sobre un joven rapero, este vendería millones de entradas por minuto. ¿Mérito musical o inflación mediática? Respuesta muy fácil y muy sencilla: ni falta que me importa. El juicio debe ser nada más que artístico. En este caso, ¿lo merece? Lo merece.
Cortés llevó su digitación exuberante no por la vía del correcaminos, sino por la de la expresión y la riqueza emocionante, cosa no por sabida omnipresente en los geniecillos. Con todo ello fue capaz de ofrecer desde tralla fiestera hasta cercanía de habitación. El ápice de modernidad, amén de algunos audios ambientales acolchando ligerísimos, lo sumaron los coros y tempos de palmas y tacones. Con recorrido, desde el efectismo impecable hasta la aportación valiosa. Las voces jóvenes que acompañaban sonaron unísonas y fuertemente uniformes, jugando poco con armonías o inversiones.
Si Eminem hiciera un documental sobre un joven rapero, este vendería millones de entradas por minuto. ¿Mérito musical o inflación mediática? Respuesta muy fácil y muy sencilla: ni falta que me importa. El juicio debe ser nada más que artístico. En este caso, ¿lo merece? Lo merece. Su documental ha sido premio Goya, premio en San Sebastián y premio Forqué. Y como esto es España, donde la cultura no se premia en el sentido de que da igual con qué te condecoren porque no vende entradas, como mucho algunos segundos en el feed y en conversaciones pretenciosas, la iniciativa y apoyo de Pucho, tan firme como sincero, ha sido fundamental para llenar plateas. Pues ¡ea!, porque se lo ha ganado, se lo gana y punto. Que se lo goce y se lo cobre, porque además meter las manos y los pies en el flamenco siempre merecerá olés.






































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